EL VALOR DEL JUEGO
Cuando hablamos de juego solemos pensar en actividades dirigidas y planificadas para edades tempranas, actividades para niños sea cual sea su edad.
En este sentido, el valor del juego está perfectamente entendido y justificado, y se sostiene por sí mismo. Pero si nos adentramos en el valor del juego en sentido amplio, nos daremos cuenta de la importancia del mismo en todas las etapas de la vida y en todos los ambitos de desarrollo, puesto que contribuye de manera muy especial al desarrollo de la totalidad de los aspectos que componen nuestra personalidad.
Además… ¿qué tiene el juego que ha estado presente a lo largo de la historia en todas las culturas y civilizaciones?
Para entenderlo mejor vamos a centrarnos en diferentes concepciones:
Desde la perspectiva etimológica, juego viene del griego “jocus” que significa broma o diversión. La Real Academia de la Lengua Española entiende por la acción de jugar “pasatiempo, diversión o recreación”. Como vemos, esta perspectiva no limita el juego a ninguna etapa de la vida, sino que se centra en “actividad lúdica, placer, y diversión”. ¿Solo sirve para divertirnos?
En cuanto a la concepción en función de los autores, hay tantas versiones como clasificaciones de juego, pero todos ellos coinciden en que es una actividad pura, espontánea y placentera, con finalidad en sí misma, voluntaria, con reglas acordadas, con límites espacio-temporales y que contribuye al desarrollo integral. ¿Entonces vale para todas las etapas de la vida?
Teniendo en cuenta estas ideas, vamos a ver si las funciones del juego nos aclaran algo más.
Comenzamos por la función anatómico-funcional, ya que mediante el juego se ejercita la observación y la manipulación. De ahí que en la etapa de senectud se utilicen juegos de destrezas para la mejora, o por lo menos para que la pérdida no avance tan rápidamente.
En cuanto a la función de conocimiento, es la que nos permite explorar y conocer diversos objetos, ampliando nuestra formación e información.
La función comunicativa y de relación nos permite desarrollar y mantener diferentes vías de comunicación y de expresión, tan determinantes en cada etapa de la vida.
Por otro lado está la función hedonista, como fuente de disfrute y diversión, fundamental fuente de diversión en todas las edades.
La actividad lúdica desarrolla la función catártica, ayudándonos a liberar tensiones y restablecer un equilibrio psíquico, ¿quién no necesita echar un partido del deporte que sea para desconectar?
La función higiénica se encarga de mantener en equilibrio el estado físico, incluso de prevenir algunas enfermedades.
La función de compensación nos ayuda a compensar o a encontrar un equilibrio entre las horas que permanecemos de pie o sentados en una oficina.
La función agonística contribuye a superar dificultades, permitiendo conocer nuestros límites y la capacidad de mejora personal.
Y la función de organización resulta básica, ya que el juego ayuda a ordenar el aprendizaje.
Como vemos, el valor del juego es muy amplio, aunque su gratuidad lo ha emplazado como una actividad poco importante, complementaria, improductiva y poco seria. A pesar de ello sigue presente como elemento constante y dinamizador básico que debe ser utilizado como metodología en todas las etapas de la vida, aunque de forma especialmente importante en las primeras, infantil y primaria, y en las últimas, senectud.
Marisa Sánchez Rufo
Maestra especialista en E. Física, Primaria y Psicopedagoga.
Docente del módulo “El juego infantil y su metodología” en EFA Valdemilanos.